Un día estaba yo allí.
Era yo y estaba viéndome en el espejo.
Yo estaba serio y mi reflejo me sonreía.
Éramos uno, aunque ahora éramos dos.
Él me sabía miedoso, inseguro e infeliz.
Él era lo opuesto a mí, capaz de todo.
Tenía él aquella seguridad que solo brinda la locura.
Yo estaba inmóvil. Veía sus ojos convertirse en furia,
mientras lo embriagaba el frenesí.
Él quería enfrentarme.
Su mirada se volvió fuego.
De pronto él puso la mano contra el espejo,
y este empezó a quebrarse.
Una risa llena de maldad y odio empezó a escucharse.
Una sonrisa de una futura victoria en su rostro resplandecía.
Veía como el momento final llegaba.
Los últimos espacios sin destruirse ya desaparecían.
Podía sentir sus manos sobre mí.
Su aliento quemaba mi rostro.
La oscuridad empezó a cubrirlo todo.
Su mundo y mi mundo empezaban a ser uno.
Allí permanecía yo estupefacto.
Inmóvil, carente de todo pensamiento.
El fin era inevitable.
Al llegar a mi último suspiro recordé algo.
Los dos éramos yo, éramos uno.
Me observé por última vez.
Rompí lo que restaba del espejo.
La oscuridad, la furia y el rencor se disiparon.
Allí estábamos por última vez frente a frente.
Sin barreras, respirando el mismo aire.
Finalmente éramos uno.. era yo, era yo...